Bienvenidas
Volvieron. Son de aquí.
Las escucho. Parecieran revivir cuando las estrellas empiezan a aparecer. La luz y el invierno las acallaron. Creí no volverían.
Una fuente cuadrada, apenas profunda, mediana, con plantas, parece ya ser su morada definitiva. En un principio, este verano, cuando se hicieron notar después de años de silencio, las descubrimos. Los ruidos, eso eran, siempre nos incomodan cuando aún no los reconocemos. Cuando son desconocidos. El paso del tren en una nueva casa frente a las vías, el mar en las noches de vacaciones, los colectivos que se meten en el cuarto del reluciente departamento alquilado – ¿como no me dí cuenta? – el silencio en el campo.
Los ruidos nuevos, extraños.
El tren ya no se escucha, el mar se disfruta entre sueños, los colectivos que solo reconocen invitados, el silencio del campo que pareciera ser la única opción para conciliar el sueño. Los sonidos extraños ya son nuestros. Son nuestro entorno. Y con el tiempo, solo son extraños para los extraños.
Volvieron, y las escucho. Croar, cantar. Ya son música que despide al invierno.
Bienvenidas a nuestra casa.